Caminaban en grupo por una vereda recta y ancha hasta encontrarse
con miles de bifurcaciones y variantes del camino, como el tronco de un árbol con sus ramas. Cada quien debía tomar su rama para llegar a su destino. Algunos se despedían, otros prometían reencontrarse, y él siguió su
camino, sin desviarse. Pensó que en caso de perderse, o no encontrar su lugar,
no dejaría de caminar: en algún momento llegaría a su punto de
partida, dándole la vuelta al mundo. Caminó días y semanas y meses hasta
llegar al fin del mundo... que era plano. No había sino un barranco
infinito, un vacío absorbente. Se acercó a mirarlo y encontró una angosta
escalera en espiral que descendía a una piscina. Ahí lo esperaban docenas de Marías
Fernandas: todas las que había conocido en su vida. "¡María
Fernanda!"-exclamó. Todas voltearon y rieron. "¡Vengan!"-dijeron
al unísono. "¿Vengan? ¿Yo y quién más?"-pensó. Se giró y vio en una fila interminable a todas las personas que había sido en cada
momento de su vida con el mismo nombre y aparentemente el mismo cuerpo, repitiendo el mismo movimiento. Al volver el rostro ya había otro yo delante suyo.
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