Sin haber viajado, abrí la puerta del vehículo y me encontré en un pueblo fantasma. Todo era obscuro y antiguo, deshabitado, sin luces, ni ruidos, ni transeúntes. El piso era de tierra y polvo, sólo se oía el correr de un viento extraviado. Los vestigios de las casas tenían fachadas deterioradas, que daban pistas de abandono, de saqueo, de olvido. Las roídas construcciones eran residencias de refugiados y escondite de algunos cuantos. Entre ellos, F y D, quienes me conocían por otro nombre, por otra ciudad natal, por otro cuerpo, pero por la misma persona.
Abrieron discretamente un portón de madera y me guiaron, con una vela, a una segunda planta, por escaleras y pasillos estrechos, hasta un laboratorio. Ahí me mostraron diseños de embriones y fetos, que podrían ser de humanos. Me pidieron autorización para llevar a cabo un proyecto que denominaron "divinamente ilícito": el transplante de almas.
Habiendo dado por hecho mi aprobación, habían ya colocado a un cuerpo en medio de un circulo de piedras y veladoras. Sólo necesitaban que yo enunciara algunas palabras para animarlo. Me acerqué, extendí los brazos, cerré los ojos e invoqué un espíritu: El cuerpo despertó, y yo también.
Despierta el protagonista, el que en sueños es espectador, no es soñador.
ResponderEliminarSaludos hermano,
V