En casa de su tía cuarentona, quien recién dio a luz, después de años de intentos y planes fallidos, Sergio pide el turno de cargar al bebé artificialmente inseminado. Estirando los brazos para recibirlo visualiza cómo se le desliza entre el pecho y sus brazos, como mantequilla derretida en teflón, cómo el bebé cae de cabeza y muere. Prefiere bajar los brazos y quedarse con las ganas.
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